Aunque no nos demos cuenta, los sonidos nos acompañan durante todo el día. Desde la alarma que nos despierta, las voces de quienes nos rodean, la televisión, la radio, los teléfonos, la computadora, hasta muchos más, provenientes de la vida diaria como los ruidos de la calle y las bocinas. Algunos nos alegran, otros nos molestan y, quizás, otros pasen desapercibidos. Sin embargo, aunque no seamos conscientes, el sonido no se limita a una percepción auditiva, sino que impacta en todo nuestro cuerpo, ejerciendo acción sobre todo en el cerebro, el corazón, el sistema inmunológico y nuestras hormonas.
Lejos de ser un simple sentido pasivo, la audición es una de las funciones más sofisticadas del organismo, y el sonido tiene la capacidad de activar, alterar o equilibrar la mente y las emociones. Lo interesante ocurre cuando estas vibraciones llegan al cerebro. El sonido no se procesa solo en la corteza auditiva. También viaja al sistema límbico, responsable de las emociones, y al hipotálamo, que regula el sueño, el hambre, el estrés y otras funciones vitales.
Los sonidos, especialmente los organizados como la música, el lenguaje o ciertos ruidos ambientales, estimulan diferentes regiones del cerebro: corteza auditiva, hipocampo (memoria), amígdala (emociones), lóbulos frontales (toma de decisiones), entre otros. Esto explica por qué una canción puede hacer llorar, una alarma puede generar ansiedad, o el canto de un pájaro puede traer paz. Además, el sonido activa redes cerebrales profundas, relacionadas con la memoria, la atención, el placer o el miedo.
El corazón y la respiración también se hallan influenciados por los sonidos. Numerosas investigaciones han demostrado que la música puede cambiar el ritmo cardíaco, la presión arterial y la frecuencia respiratoria. Una canción lenta puede sincronizar el latido del corazón con su tempo, haciendo que se relaje. En cambio, el ruido fuerte o constante (como el del tránsito o una construcción) puede provocar taquicardia, contracturas musculares y aumento de la presión arterial, especialmente si la exposición es prolongada. Por eso, el ruido ambiental no solo molesta: también enferma. Por otro lado, existe una relación directa entre los sonidos y el sueño. La posibilidad de dormir bien depende, en gran medida, del sonido presente en el ambiente donde descansamos. Los ruidos intermitentes, aunque no despiertan por completo, pueden interrumpir los ciclos del sueño profundo, provocando fatiga, irritabilidad y bajo rendimiento al día siguiente. En contrapartida, existen sonidos que permiten dormir mejor, como la música relajante o los sonidos de la naturaleza. Estos estimulan, dentro del sistema nervioso autónomo, al llamado sistema parasimpático, encargado del descanso y la recuperación.
Aunque parezca increíble, la música y los sonidos armónicos pueden fortalecer el sistema inmunológico. Al reducir el estrés, se baja el nivel de cortisol, circunstancia que permite al sistema inmune funcionar con mayor eficacia. Otro aspecto a tener en cuenta es cómo las distintas frecuencias sonoras (es decir, los tonos graves, medios y agudos que percibimos) afectan la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para adaptarse, reorganizarse y crear nuevas conexiones neuronales a lo largo de la vida. Esta propiedad no solo ocurre en la infancia, sino también en adultos y personas mayores, especialmente en respuesta a estímulos como el aprendizaje, la rehabilitación y los sonidos.
Estudios recientes demuestran que los sonidos en frecuencias graves (20–250 Hz) tienden a activar áreas relacionadas con el cuerpo, el ritmo y el movimiento. Los sonidos agudos (2000–8000 Hz) estimulan la atención, la memoria y el procesamiento verbal. Existen frecuencias utilizadas por su acción específica en la salud. Así, la frecuencia de 3 Hz resulta relajante y favorece el sueño. La de 174 Hz alivia dolor y sufrimiento. La de 280 Hz estimula el metabolismo y favorece la quema de grasas provocando la reducción de peso. La de 417 Hz resulta energizante. La de 432 Hz es una vibración armoniosa y disminuye la ansiedad, y la de 528 Hz facilita la regeneración del organismo.
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